Y el tiempo dejó de tener sentido para mí…
Durante no sé los años he estado flotando en una deriva que no me permitía crear nuevos recuerdos. No tenía sentido. Así de fácil era.
No era dolor, no. Era algo más profundo que habitaba dentro, en algún rincón oscuro. Era algo pequeño que devoraba cualquier cosa que tuviera un brillo de felicidad. Sentimientos, recuerdos, momentos… daba igual dónde estuvieran escondidos. Sistemáticamente eran encontrados y transformados en recuerdos simples, vanos y vacuos con una pátina de melancolía.
No estaba aferrado al pasado, por supuesto, y no tenía ese sentimiento de querer volver atrás. Simplemente pensaba que no tenía sentido disfrutar y ser feliz después de todo. Porque para qué…
Porque se puede vivir sin felicidad (?). Una pregunta sin respuesta y que vemos en muchas situaciones de nuestra vida diaria. Vemos gente que (pensamos) vive sin alegría en su vida.
Ser consciente de tu estado emocional es una cosa, decidir cambiarlo es otra. Como se hace, cómo se cambia, cómo vuelves a ser tu. Creo que la única forma que he encontrado ha sido localizando eso oscuro que habita en mí y haciendo un pacto con «eso».
Le he dado un espacio pequeño, minúsculo, en donde vivirá encerrado con los momentos más preciados que yo elija, alimentándose de ellos mientras yo puedo crear nuevos recuerdos. Con esos recuerdos podrá vivir para siempre, porque son los más importantes que tengo, porque son infinitos, porque son indestructibles, porque son tus recuerdos.
A cambio, le dejaré salir de vez en cuando a recorrer mi ser, mi alma, mi yo. Para que me recuerde por unos instantes por qué tengo que seguir creando nuevos recuerdos: porque la felicidad no existe sin la pena.
«Qué bien se está cuando se está bien»
Eso suelo repetir a menudo, junto con una copa de vino. Y es que se hay que brindar por la vida.