Gracias Mae

Nosotros, los perros, no tenemos eso que llamáis memoria o recuerdos; al menos de la manera en que vosotros lo usáis. 

Nuestra nariz nos permite captar un sinfín de olores, que nos hace sentir sensaciones. A veces son olores que nos hacen sentir nerviosos o tristes, pero otras veces nos hacen sentir felices o juguetones.

Creo que es por eso que no sufrimos como vosotros. No estamos recordando continuamente las cosas, simplemente olemos el momento.

Hace mucho tiempo estuve rodeado de un olor que me llenaba de tristeza, pena, ansiedad y olvido. Todos los que estábamos allí lo sentíamos y no podíamos huir para evitarlo. Estábamos encerrados, atrapados, olvidados. 

Los días pasaban entre ese olor, cuando un día llegó un olor nuevo, fresco. Provenía de una mujer y nunca habia olido algo así antes. Tenía una mezcla de alegría, nervios… y si me concentraba lo bastante, podía oler que había otros como yo con ella. Otros!! Habia otros como yo que disfrutaban de esos olores.

Y de repente, no sé qué pasó, pero tras hablar un rato con las personas que nos cuidaban, vinieron directamente hacia mí y esa mujer me eligió. ¿Te lo puedes creer? Ni por un millón de huesos hubiera imaginado eso. Yo, el perro más viejo y más olvidado de este sitio me iba de allí. 

Y así desapareció ese olor tan triste para siempre.

Cuando llegamos al sitio yo estaba muy nervioso. De hecho tardé un tiempo en acostumbrarme a todos esos nuevos olores; nunca los había olido antes. Todos nuevos, frescos, vivos. Y tenia un nombre!! Nunca antes tuve uno. Me encanta como suena: Rocky. 

Descubrí el olor del sol, de la lluvia, del calor, del frio… pero ya no caía sobre mí. Ahora tenía muchos refugios y sitios para correr y jugar con el resto de compañeros.

Podía oler la hierba, los árboles, los bichos, los frutos y la noche… no imaginais humanos cómo huele la noche llena de estrellas. Huele a libertad.

Conocí y olí a Yago, Puka, Pepe, Butcher, Tigre, Neo, Byron.. y a muchos más que se mezclan en mi nariz. Muchos venían a vernos o estaban un tiempo y luego se iban; se iban a sitios con olores parecidos.

Al principio me costó aprender que ya no tenía que pelear por la comida: había de sobra para todos. Que no tenía que huir de allí, pero seguía teniendo ganas de oler todo lo que me rodeaba. Así que en ocasiones convencía a los demás y nos escapábamos a oler cosas nuevas. Luego volvíamos y la mujer nunca nos dijo nada; bueno, cada vez nos lo ponía más dificil. Pero nos apañábamos para volver a salir.

Resulta que a esta familia les encantan los perros. Y a las demás personas que vienen a vernos también. Todos huelen a perro; incluso algunos a gato, pero no me importa. Me enseñaron a jugar y a cuidar de los demás. Ella nos cuidaba y nos quitaba los bichos o nos lamia las heridas a su manera. Es muy atenta y delicada. Siempre sabe qué nos pasa y cómo aliviarnos.

En ocasiones les veo hablar entre ellos. No sé lo que dicen, no entiendo el humano. Pero entiendo sus miradas, sus gestos, sus sonrisas. Y cuando me mira esa mujer, siempre sonrie. Y eso me hace sentir bien.

Le gusta que sea capaz de parar una pelea entre mis compañeros o de reñir a Yago por ser brusco con Puka. 

El olor de esta mujer me transmite tranquilidad, alegria y confianza. Y cuando no está, su olor está por todas partes en este lugar, así que siempre estoy contento. Me siento querido y cuidado.

A veces imagino que ella puede oler las cosas como yo lo hago. Así entendería lo feliz que me hace sentir. Hago lo imposible para que me entienda; muevo la cola sin parar, la lamo y le ladro mucho. Hasta he aprendido a gruñirle diferente de alegría. Pero lo hago todo porque me encanta cómo me hace sentir su olor. Creo que ella lo sabe, porque siempre me devuelve las caricias.

Ojalá todos los perros que hay en este mundo encuentren algun día una persona que huela como ella. Yo he tenido mucha suerte. Y sé que habrán más perros que la olerán y se sentirán felices como yo.

Me voy con su olor. Me voy tranquilo, me voy contento, me voy en paz.